miércoles, 30 de marzo de 2011

Jorge Luís Borges
 (ARGENTINA. Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 – Ginebra, 14 de junio de 1986)

MÉXICO

¡Cuántas cosas iguales! El jinete y el llano,
la tradición de espadas, la plata y la caoba,
el piadoso benjuí que sahúma la alcoba
y ese latín venido a menos, el castellano.
¡Cuántas cosas distintas! Una mitología
de sangre que entretejen los hondos dioses muertos,
los nopales que dan horror a los desiertos
y el amor de una sombra que es anterior al día.
¡Cuántas cosas eternas! El patio que se llena
de lenta y leve luna que nadie ve, la ajada
violeta entre las páginas de Nájera olvidada,
el golpe de la ola que regresa a la arena.
El hombre que en su lecho último se acomoda
para esperar la muerte. Quiere tenerla, toda.

EL GUARDIAN DE LOS LIBROS  (Fragmento)
.
En el alba dudosa
el padre de mi padre salvó los libros.
Aquí están en la torre donde yazgo,
recordando los días que fueron de otros,
los ajenos y antiguos.
En mis ojos no hay días. Los anaqueles
están muy altos y no los alcanzan mis años.
Leguas de polvo y sueño cercan la torre.
¿A qué engañarme?
La verdad es que nuca he sabido leer,
pero me consuelo pensando
que lo imaginado y lo pasado ya son lo mismo
para un hombre que ha sido
y que contempla lo que fue la ciudad
y ahora vuelve a ser el desierto.
¿Qué me impide soñar que alguna vez
descifré la sabiduría
y dibujé con aplicada mano los símbolos?
Mi nombre es Hsiang. Soy el que custodia los libros, 
que acaso son los últimos,
porque nada sabemos del Imperio
y del Hijo del Cielo.
Ahí están en los altos anaqueles,
cercanos y lejanos a un tiempo,
secretos y visibles como los astros.
Ahí están los jardines, los templos.

FRAGMENTOS DE UN EVANGELIO APÓCRIFO

3. Desdichado el pobre en espíritu, porque bajo la tierra será lo que ahora es en la tierra.
4. Desdichado el que llora, porque ya tiene el hábito miserable del llanto.
5. Dichosos los que saben que el sufrimiento no es una corona de gloria.
6. No basta ser el último para ser alguna vez el primero.
7. Feliz el que no insiste en tener razón, porque nadie la tiene o todos la tienen.
8. Feliz el que perdona a los otros y el que se perdona a sí mismo.
9. Bienaventurados los mansos, porque no condescienden a la discordia.
10. Bienaventurados los que no tienen hambre de justicia, porque saben que nuestra suerte, adversa o piadosa, es obra del azar, que es inescrutable.
11. Bienaventurados los misericordiosos, porque su dicha está en el ejercicio de la misericordia y no en la esperanza de un premio.
12. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ven a Dios.
13. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque les importa más la justicia que su destino humano.



José Gorostiza
(MEXICO. Villahermosa, Tabasco, 10 de noviembre de 1901 - Ciudad de México, 16 de marzo de 1973)

MUERTE SIN FIN (fragmento)

I
Lleno de mí, sitiado en mi epidermis
por un dios inasible que me ahoga,
mentido acaso
por su radiante atmósfera de luces
que oculta mi conciencia derramada,
mis alas rotas en esquirlas de aire,
mi torpe andar a tientas por el lodo;
lleno de mí -ahíto--me descubro
en la imagen atónita del agua,
que tan sólo es un tumbo inmarcesible,
un desplome de ángeles caídos
a la delicia intacta de su peso,
que nada tiene
sino la cara en blanco
hundida a medias, ya, como una risa agónica,
en las tenues holandas de la nube
y en los funestos cánticos del mar
--más resabio de sal o albor de cúmulo
que sola prisa de acosada espuma.

No obstante --oh paradoja-- constreñida
por el rigor del vaso que la aclara,
el agua toma forma.

En él se asienta, ahonda y edifica,
cumple una edad amarga de silencios
y un reposo gentil de muerte niña,
sonriente, que desflora
un más allá de pájaros
en desbandada.

En la red de cristal que la estrangula,
allí, como en el agua de un espejo,
se reconoce;
atada allí, gota a gota,
marchito el tropo de espuma en la garganta,
¡qué desnudez de agua tan intensa,
qué agua tan agua,
está en su orbe tornasol soñando,
cantando ya una sed de hielo justo!

¡Mas qué vaso -también-- más providente
éste que así se hinche
como una estrella en grano,
que así, en heroica promisión, se enciende
como un seno habitado por la dicha,
y rinda así, puntual,
una rotunda flor
de transparencia al agua,
un ojo proyectil que cobra alturas
y una ventana a gritos luminosos
sobre esa libertad enardecida
que se agobia de cándidas prisiones!


Nicolás Guillén
 (CUBA. Camagüey, 10 de julio de 1902 -  La Habana, Cuba, 16 de julio de 1989)

CANCIÓN FILIAL

Padre: lo único cierto
es que tú no estás muerto.

Otros, tienen sus dioses, sus amigos lejanos;
Otros tienden las manos
abiertas hacia verdes promesas imposibles,
y esperan, recostados sobre la piedra dura
de la paciencia, el pan de la dicha futura
y el agua de venturas risibles.
Están sobre el camino polvoriento
deshojando sus preces en el viento;
lamiendo las sandalias de las vírgenes,
encendiéndoles velas a los santos
y adulando una suerte de seres vengativos
a quienes, desde luego,
les da lo mismo, en suma, ser amables o esquivos.
(Eso, si es que conocen todos nuestros quebrantos).
Yo, no. Yo sólo tengo
tu sombra inteligente;
tu sombra, que vigila
con atenta pupila
todas las tempestades que rugen tras mi frente;
tu sombra, que me enseña las sendas en la Senda;
la que lleva mi potro cerrero de la brida;
la que acampa conmigo después junto a mi tienda
y mis camellos y tesoros cuida.

Quizás no sepas, padre, que cuando tú partiste
yo empezaba a ser triste.
Ya estaba frente al vasto pizarrón de las cosas,
con su sistema de ecuaciones odiosas,
la tiza que me diste, en la mano,
y la frente fruncida,
tratando de arrancarle, en vano,
su incógnita a la vida!
Pero yo sé que ahora me estás viendo, querido,
Sé que estás a mi lado,
seguramente empeñado
en que aprovechemos el tiempo perdido.
Por eso eres, padre, el único a quien pido.

Lo que yo quiero es esto:
(bien poco; ya tú sabes que siempre fui modesto).

Tú, que no duermes, vela mi pobrecito sueño;
Tú, que eres fuerte, dame tu ayudita en la carga;
Tú, que eres ágil sobre tu propia senda larga,
ponme fibras de amianto para mi duro empeño.

Hazme franco, sencillo, luminoso, risueño,
ya si el placer me aniña, ya si el dolor me
                                                   (embarga;
vierte tu miel de abejas sobre mi copa amarga
y sobre todo, padre, hazme mi propio dueño!

Tenme siempre a tu lado como antes me tenías,
disimula mis faltas, vibra en mis alegrías;
cuida de que no dure para siempre mamá.

Envuélveme en ti mismo, ya que no puedo verte,
y espérame en la hora confusa de la muerte
para que me acompañes…
                     ¡Hasta luego, papá!


Dulce María Loynáz
(CUBA. La Habana, 10 de diciembre de 1902 - ibídem, 27 de abril de 1997)


PRECIO

Toda la vida estaba
en tus pálidos labios...
Toda la noche estaba
en mi trémulo vaso...

Y yo cerca de ti,
con el vino en la mano,
ni bebí ni bese...

Eso pude: Eso valgo.

AMOR ES… (Fragmento)

¡Amor es ser camino y ser escala!
Amor es este amar lo que nos duele,
lo que nos sangra
Por dentro…
Es entrarse en la entraña
de la noche y adivinarle
la estrella en germen… ¡La esperanza
de la estrella!… Amor es amar
desde la raíz negra.
Amor es perdonar; y lo que es más
que perdonar, es comprender…
Amor es apretarse a la cruz, y clavarse
a la cruz,
y morir y resucitar…
¡Amor es resucitar!


Xavier Villaurrutia
 (MEXICO. Ciudad de México, 27 de marzo de 1903 – Ciudad de México, 25 de diciembre de 1950)

EPITAFIOS

I
(J. C.)

Agucé la razón
tanto, que oscura
fue para los demás
mi vida, mi pasión
y mi locura.
Dicen que he muerto.
No moriré jamás;
¡estoy despierto!

II

Duerme aquí, silencioso e ignorado,
el que  en vida vivió mil y una muertes.
Nada quieras saber de mi pasado.
Despertar es morir. ¡No me despiertes!

INVENTAR LA VERDAD

Pongo el oído atento al pecho,
como, en la orilla, el caracol al mar.
Oigo mi corazón latir sangrando
y siempre y nunca igual.
Sé por qué late así, pero no puedo
decir por qué será.

Si empezara a decirlo con fantasmas
de palabras y engaños al azar,
llegaría, temblando de sorpresa,
a inventar la verdad:
¡Cuando fingí quererte, no sabía
que te quería ya!

Cesar Moro
 (PERU, Lima, 19 de agosto de 1903 - 10 de enero de 1956)

A VISTA PERDIDA

No renunciaré jamás al lujo insolente al desenfreno suntuoso de pelos como faces finísimas colgadas de cuerdas
y de sables
Los paisajes de la saliva inmensos y con pequeños cañones
De plumas-fuentes
El tornasol violento de la saliva
La palabra designado el objeto propuesto por su contrario
El árbol como una lamparilla mínima
La perdida de las facultades y la adquisición de a demencia
El lenguaje afásico y sus perspectivas embriagadoras
La logoclonia el tic la rabia del bostezo interminable
La estereotipia el pensamiento prolijo
El estupor
El estupor de cuentas de cristal
El estupor de vaho de cristal de ramas de coral de bronquios y de plumas
El estupor submarino y terso resbalando perlas de fuego
Impermeable a la risa como un plumaje de ánade delante de los ojos
El estupor inclinado a la izquierda flamante a la derecha
De columnas de trapo y de humo en el centro detrás
De una escalera vertical sobre un columpio

Bocas de dientes de azúcar y lenguas de petróleo renacientes
Y moribundas descuelgan coronas sobre senos opulentos
Bañados de miel y de racimos ácidos racimos ácidos y variables debajo de saliva.

El estupor robo de estrellas gallinas limpias labradas en
Rocas y tierna tierra firme mide la tierra del largo de
Los ojos.

El estupor joven paria de altura afortunada.

El estupor mujeres dormidas sobre colchones de cáscaras
De fruta coronadas de cadenas finas desnudas.

El estupor de los trenes de la víspera recogiendo los ojos dispersos
En las praderas cuando el tren vuela y el silencio
No puede seguir al tren que tiembla.


Pablo Neruda
(CHILE. Parral, 12 de julio de 1904 – Santiago de Chile, 23 de septiembre de 1973)

ODA A LA MALVENIDA

Planta de mi país, rosa de tierra,
estrella trepadora,
zarza negra,
pétalo de la luna en el océano
que amé con sus desgracias y sus olas,
con sus puñales y sus callejones,
amapola erizada,
clavel de nácar negro,
por qué
cuando mi copa
desbordó y cuando
mi corazón cambió de luto a fuego
cuando no tuve para ti,
para ofrecerte,
lo que toda la vida te esperaba,
entonces
tú llegaste,
cuando letras quemantes
van ardiendo en mi frente,
por qué la línea pura
de mi nupcial contorno
llegó como un anillo
rodando por la tierra?
No debías
de todas y de todas
llegar a mi ventana
como un jazmín tardío.
No eras, oh llama oscura,
la que debió tocarme
y subir con mi sangre
hasta mi boca.
Ahora
¿qué puedo contestarte?
Consúmete,
no esperes,
no hay espera
para tus labios de piedra nocturna.
Consúmete,
tú en tu llama,
yo en mi fuego,


y ámame
por el amor que no pudo esperarte,
ámame en lo que tú y yo
tenemos de piedra o de planta;
seguiremos viviendo
de lo que no nos dimos:
del hombro en que no pudo
reclinarse una rosa,
de una flor que su propia
quemadura ilumina.

Salvador novo
(MEXICO. Ciudad de México, 30 de julio de 1904 — Ciudad de México, 13 de enero de 1974)

AL POEMA CONFÍO

Al poema confío la pena de perderte.
He de lavar mis ojos de los azules tuyos,
Faros que prolongaron mi naufragio.
He de coger mi vida deshecha entre tus manos,
Leve jirón de niebla
Que el viento entre sus alas efímeras dispersa.
 Vuelva la noche a mí, muda y eterna,
Del diálogo privada de soñarte,
Indiferente a un día
Que ha de hallarnos ajenos y distantes.

ELEGÍA

Los que tenemos unas manos que no nos pertenecen,
Grotescas para la caricia, inútiles para el taller o la azada,
Largas y fláccidas como una flor privada de simiente
O como un reptil que entrega su veneno
Porque no tiene nada más que ofrecer.

Los que tenemos una mirada culpable y amarga
Por donde mira la muerte no lograda del mundo
Y fulge una sonrisa que se congela frente a las estatuas desnudas
Porque no podrá nunca cerrarse sobre los anillos de oro
Ni entregarse como una antorcha sobre los horizontes del Tiempo
 En una noche cuya aurora es solamente este mediodía
Que nos flagela la carne por instantes arrancados a la eternidad.

Los que hemos rodado por los siglos como una roca desprendida del Génesis
Sobre la hierba o entre la maleza en desenfrenada carrera
Para no detenernos nunca ni volver a ser lo que fuimos
Mientras los hombres van trabajosamente ascendiendo
Y brotan otras manos de sus manos para torcer el rumbo de los vientos
O para tiernamente enlazarse.

Los que vestimos cuerpos como trajes envejecidos
A quienes basta el hurto o la limosna de una migaja que es todo el pan y la única hostia
Hemos llegado al litoral de los siglos que pesan sobre nuestros corazones angustiados,
Y no veremos nunca con nuestros ojos limpios
Otro día que este día en que toda la música del universo
Se cifra en una voz que no escucha nadie entre las palabras vacías
En el sueño sin agua ni palabras en la lengua de la arcilla y del humo.

José Lezama Lima
(CUBA. La Habana, 19 de diciembre de 1910 – La Habana, 9 de agosto de 1976)

AH, QUE TÚ ESCAPES

Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
Ah, mi amiga, que tú no querías creer
las preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.
Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados,
parecen entre sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recordada.
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir.

LA MUJER Y LA CASA

Hervías la leche
y seguías las aromosas costumbres del café.
Recorrías la casa
con una medida sin desperdicios.
Cada minucia un sacramento,
como una ofrenda al peso de la noche.
Todas tus horas están justificadas
al pasar del comedor a la sala,
donde están los retratos
que gustan de tus comentarios.
Fijas la ley de todos los días
y el ave dominical se entreabre
con los colores del fuego
y las espumas del puchero.
Cuando se rompe un vaso,
es tu risa la que tintinea.
El centro de la casa
vuela como el punto en la línea.
En tus pesadillas
llueve interminablemente
sobre la colección de matas
enanas y el flamboyán subterráneo.
Si te atolondraras,
el firmamento roto
en lanzas de mármol,
se echaría sobre nosotros.
Octavio Paz
(MÉXICO. Ciudad de México, 31 de marzo de 1914 - Ciudad de México, 19 de abril de 1998)

PIEDRA DEL SOL (Fragmento)

un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre: un caminar tranquilo
de estrella o primavera sin premura,
agua que con los párpados cerrados
mana toda la noche profecías,
unánime presencia en oleaje,
ola tras ola hasta cubrirlo todo,
verde soberanía sin ocaso
como el deslumbramiento de las alas
cuando se abren en mitad del cielo,

un caminar entre las espesuras
de los días futuros y el aciago
fulgor de la desdicha como un ave
petrificando el bosque con su canto
y las felicidades inminentes
entre las ramas que se desvanecen,
horas de luz que pican ya los pájaros,
presagios que se escapan de la mano,

una presencia como un canto súbito,
como el viento cantando en el incendio,
una mirada que sostiene en vilo
al mundo con sus mares y sus montes,
cuerpo de luz filtrado por un ágata,
piernas de luz, vientre de luz, bahías,
roca solar, cuerpo color de nube,
color de día rápido que salta,
la hora centellea y tiene cuerpo,
el mundo ya es visible por tu cuerpo,
es transparente por tu transparencia,

voy entre galerías de sonidos,
fluyo entre las presencias resonantes,
voy por las transparencias como un ciego,
un reflejo me borra, nazco en otro,
oh bosque de pilares encantados,
bajo los arcos de la luz penetro
los corredores de un otoño diáfano,

voy por tu cuerpo como por el mundo,
tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos,
mis miradas te cubren como yedra,
eres una ciudad que el mar asedia,
una muralla que la luz divide
en dos mitades de color durazno,
un paraje de sal, rocas y pájaros
bajo la ley del mediodía absorto,

vestida del color de mis deseos
como mi pensamiento vas desnuda,
voy por tus ojos como por el agua,
los tigres beben sueño de esos ojos,
el colibrí se quema en esas llamas,
voy por tu frente como por la luna,
como la nube por tu pensamiento,
voy por tu vientre como por tus sueños.


Nicanor Parra
(CHILE. San Fabián de Alico, 5 de septiembre de 1914).


LA POESIA MORIRA

LA
POESÍA
MORIRÁ
SI NO
SE LA
OFENDE
hay
que poseerla
y humillarla en público

después se verá
lo que se hace


EL HOMBRE IMAGINARIO

El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario

De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios

Todas las tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios

Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario

Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario.

Gonzalo Rojas
 (CHILE, Lebu, 20 de diciembre de 1917)

EL FORNICIO (Fragmento)

Te oyera aullar,
te fuera mordiendo hasta las últimas
amapolas, mi posesa, te todavía
enloqueciera allí, en el frescor
ciego, te nadara
en la inmensidad
insaciable de la lascivia,
riera
frenético el frenesí con tus dientes, me
arrebatara el opio de tu piel hasta lo ebúrneo
de otra pureza, oyera cantar a las esferas.
estallantes como Pitágoras, te
lamiera,
te olfateara como el león
a su leona,
parara el sol,
fálicamente mía,
¡te amara!


AL SILENCIO

Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.


LEO EN LA NEBULOSA

Leo en la nebulosa mi suerte cuando pasan las estrellas
Veloces y oscurísimas.
Rueda: plazo: zarpazo. ¡Salud, oh tigre viejo
del sol! Esta botella ¿nos dirá la verdad
antes que el vino salga volando por el éter? O te quemas
o te dejas cortar. Salud hasta la muerte,
Dylan Thomas: la estrella del alcohol nos alumbre
para ver que apostamos, y perdimos.
No estaba Dios. Corrimos demasiado veloces con la antorcha
quemada en nuestras manos
libérrimos y errantes por volar al origen. “Mi padre jugó sucio”,
dijo Kafka el testigo.
Mortal, mortal error
meter a nadie en esto de nacer: somos hambre.
Pero el fuego está abajo con los muertos que crecen todavía.

Somos hambre. Oigo voces y escribo sobre el viento sin hojas de mi tabla
de salvación. Ahí dejo temblando este cuchillo.
No hay cielo sino sangre, y únicamente sangre de mujer
donde leen su estrella los desnudos.
Y otra cosa es la muerte que nos para de golpe. ¿Dónde estamos?
Sólo entonces el beso: ¡te palpo, Eternidad!
¡Te oigo en la madre oscura cuando empiezan llorando las raíces!


Mario Benedetti
(URUGUAY, Paso de los Toros, 14 de septiembre de 1920 – Montevideo, 17 de mayo de 2009)

QUEMAR LA NAVE

El día o la noche en que por fin lleguemos
habrá que quemar las naves

pero antes habremos metido en ellas
nuestra arrogancia masoquista
nuestros escrúpulos blandengues
nuestros menosprecios por sutiles que sean
nuestra capacidad de ser menospreciados
nuestra falsa modestia y la dulce homilía
de la autoconmiseración

y no sólo eso
también habrá en las naves a quemar
hipopótamos de wall street
pingüinos de la otan
cocodrilos del vaticano
cisnes de buckingham palace
murciélagos de el pardo
y otros materiales inflamables

el día o la noche en que por fin lleguemos
habrá sin duda que quemar las naves
así nadie tendrá riesgo ni tentación de volver

es bueno que se sepa desde ahora
que no habrá posibilidad de remar nocturnamente
hasta otra orilla que no sea la nuestra
ya que será abolida para siempre
la libertad de preferir lo injusto
y en ese solo aspecto
seremos más sectarios que dios padre
no obstante como nadie podrá negar
que aquel mundo arduamente derrotado
tuvo alguna vez rasgos dignos de mención
por no decir notables
habrá de todos modos un museo de nostalgias
donde se mostrará a las nuevas generaciones
cómo eran
París
el whiski
Claudia Cardinale

Rubén Bonifaz Nuño
 (MEXICO. Veracruz, 12 de noviembre de 1923)

5

Como ya nada puedo
imaginar por mí ─claro, entre luces
estoy viviendo, y el amor me agobia,
me emborracha, me enferma─,
quiero decir tan solamente
lo que me has enseñado, los secretos
que en mí vas alumbrando,
las pequeñas verdades que levantas
sobre mi viejo tiempo de ceniza.

Por ejemplo, de golpe me enseñaste
que hay muchas cosas mías en el mundo;
que soy rico. Que tengo en todas partes
lugares que, por ti, me pertenecen;
lugares, fechas, luces, que he tomado
sencillamente, porque en ellos
he pasado contigo,
y en ellos te has quedado para siempre.

Nunca pensé que hubiera tanta parte
de mi ternura en cosas, en momentos
que están y pasan cerca, a todas horas.

Hoy, por ti, me conmueven
las canciones de amor de un limosnero
que canta en el camión al que he subido,
y son tesoros míos incomparables
un cabello robado, un recordado
perfume, unas palabras, un pañuelo
con pintura de labios.

Me has enseñado que soy joven;
que puedo, sin temor, verte a los ojos
o besarte delante de las gentes.

Me tengo que reír con toda el alma
cuando recuerdo mi tristeza.
Hoy lo sé: soy alegre.
Me contentan el ruido y el silencio,
las noches me contentan y los días,
la voz, el cuerpo, el alma, me contentan.

Cuando me he despedido de ti,
después de un día de tenerte,
y camino de gusto por las calles,
ay, cómo compadezco
a los que tú no amas, que no saben.
Y me dan ganas de abrazarlos
a todos, de gritarles que la vida
es buena; que tú vives, que debemos
obligatoriamente ser felices.
O de echarme al suelo, boca arriba
con los ojos cerrados,
y cuando alguno llegue a preguntarme
si algo me pasa, contestar: “Es sólo
que soy feliz porque la quiero.”

Ernesto Cardenal
(NICARAGUA, Granada, 20 de enero de 1925 - )


ES LA HORA DEL OFICIO NOCTURNO (Fragmento)

Es la hora del oficio nocturno, y la iglesia
en penumbra parece que está llena de demonios.
Esta es la hora de las tinieblas y de las fiestas.
La hora de mis parrandas. Y regresa mi pasado.

“Y mi pecado está siempre delante de mi”

Y mientras recitamos los salmos, mis recuerdos
Interfieren el rezo como radios y como roconolas.
Vuelven viejas escenas de cine, pesadillas, horas
solas en hoteles, bailes, viajes, besos, bares.
Y surgen rostros olvidados. Cosas siniestras.
Somoza asesinado sale de su mausoleo. (Con
Sehón, rey de los amorreos, y Og, rey de Basán).
Las luces del “Copacabana” rielando en el agua negra
del malecón, que mana de las cloacas de Managua.
Conversaciones absurdas de noches de borrachera
que se repiten y se repiten como un disco rayado.
Y los gritos de las ruletas, y las roconolas.

“Y mi pecado está siempre delante de mi”

Es la hora en que brillan las luces de los burdeles
y las cantinas. La casa de Caifás está llena de gente.
Las luces del palacio de Somoza están prendidas.
Es la hora en que se reúnen los Consejos de Guerra
y los técnicos en torturas bajan a as prisiones.
La hora de los policías secretos y de los espías,
cuando los ladrones y los adúlteros rondan las casas
y se ocultan los cadáveres. –Un cuerpo cae al agua.
Es la hora en que los moribundos entran en agonía.
La hora del sudor en el huerto, y de las tentaciones.
Afuera los primeros pájaros cantan tristes,
Llamando al sol. Es la hora de las tinieblas.
Y la iglesia está helada, como llena de demonios,
Mientras seguimos en la noche recitando los salmos.


Jaime Labastida
 (MEXICO. Los Mochis, Sinaloa, 1939)

MÚSICA CONTRA LA TORMENTA  (Fragmento)

Las crines del caballo son ya piedra.
Ahí hubo un tronco
antes de que un mar de roca viva lo doblara;
allí quedó la huella de un amor;
acá el inasible gesto del vencido;
aquí el asombro del ciego
ante el estruendo que sus ojos no vieron.
No puedo hablar, me demuele
hasta el polvo este silencio.

No es posible si quiera soportar alguna voz
en este mar que controló sus olas
hasta volverlas una, petrificada y densa,
igual, colérica y desnuda.
No es posible si quiera soportar
el ruido del inútil aire. Me molestan
la risa de los amigos, y la música.
Camino alejándome para hacerme
una piedra roída por la soledad del paisaje.

Cantar parece una insolencia.
porque las rocas son los gritos
galvanizados hoy y sin garganta
el volcán está lejos y me observa;
estas piedras agujeradas por el frío
son sus ojos o los testigos de sus toses roncas.
Vinieron la marea y el vómito de tierra.

Hablar resulta súbita blasfemia.
No hay palabras que me digan
que esto mismo verá un hombre
que no recordará mi voz ni mi conciencia;
un día toda la piedra llegará a este monte
y las uvas secarán la primicia de sus vinos
y las sirenas serán definitivas estatuas;
la arquitectura nerviosa de la joven
que vence delicada su pelea con el aire
será un monumento de delgados humos
y no habrá palomas últimas
que anuncien el límite de la lluvia y del fuego





José Carlos Becerra
(MEXICO. Villahermosa, Tabasco, 21 de mayo de 1936 - Brindisi, Italia, 27 de mayo de 1970)

OSCURA PALABRA (Fragmento)

Te oigo ir y venir por tus sitios vacíos,
por tu silencio que reconozco desde lejos, antes de abrir la puerta de la casa
cuando vuelvo de noche.
Te oigo en tu sueño y en las vetas nubladas del alcanfor.
Te oigo cuando escucho otros pasos por el corredor, otra voz que no es la tuya.
Todavía reconozco tus manos de amaranto y plumas gastadas,
aquí, a la orilla de tu océano baldío.

Me has dado una cita pero tú no has venido,
y me has mandado a decir con alguien que no conozco,
que te disculpe, que no puedes verme ya.

Y ahora, me digo yo abriendo tu ropero, mirando tus vestidos;
¿ahora qué les voy a decir a las rosas que te gustaban tanto,
qué le voy a decir a tu cuarto, mamá?

¿Qué les voy a decir a tus cosas, si no puedo
pasarles la mano suavemente y hablarles en voz baja?

Te oigo caminar por un corredor
y sé que no puedes voltear a verme porque la puerta,
sin querer, se cerró con este viento
que toda la tarde estuvo soplando.

José Emilio Pacheco
 (MEXICO. Ciudad de México, 30 de junio de 1939)

EXODO

En lo alto del día
eres aquel que vuelve
a borrar de la arena la oquedad de su paso;
el miserable héroe que huyó de la batalla
y apoyado en su escudo mira arder la derrota;
el náufrago secreto que se aferra a otro cuerpo
para que el mar no arroje su cadáver a solas;
el viajero del mundo que en un desierto mira
crecer altas ciudades que en el sol retroceden;
el perseguido, el mártir que alza la cruz o un signo ante fauces abiertas.

El que clavó sus armas en la piel de un dios muerto.
El que escucha en el alba cantar un gallo y otro
porque las profecías se van cumpliendo. Atónito
y sin embargo cierto de haber negado todo;
su linaje, su fuerza. Si devoción, su nombre.
el que abre la mano
y recibe la noche.

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